Capítulo 8: Vida Adulta


               Capítulo 8: Vida Adulta


Pasaban los años y la vida de Pilar transcurría entre las tareas del hogar y la atención a sus hijos y su marido. También tenía que encargarse de cuidar a sus padres.

No se sentía muy feliz, ella quería ser independiente, había trabajado desde muy joven y al casarse dejó su trabajo para poder dedicarse a sus hijos.
Ya estaban los tres niños escolarizados, lo que le permitía tener más tiempo libre, bueno, lo que le podía quedar después de hacer todas sus tareas.

Iba todos los días a comprar junto a su padre, también se encargaba de hacer la comida para todos, limpiaba la casa...
Al tener que limpiar la casa, estaba obligada a tener que hacer la comida después y no había cosa que más molestase a Francisco que llegar a casa y que la comida no estuviese hecha.

Un día dejaron a la pequeña Cristina en casa al cuidado de su abuela Ángela, solo el rato que tardaban Pilar y Saturnino en ir a la Plaza de la Esperanza, como hacían todos los días.

Cuando regresaron se encontraron con Ángela llorando y muy preocupada.
¡ No encontraba a Cristina! Ángela la había buscado por toda la casa, la estaba llamando en todo momento muy angustiada, miraba por la ventana con mucho temor de que la pequeña pudiese haber abierto una ventana y caer, la mujer no tenía consuelo.

Al llegar Pilar y Saturnino y encontrarse esa escena también se asustaron mucho y Pilar comenzó a llamar a la pequeña:
-Cristina, Cristina, ¿ dónde estás?
-“ Aquí, mami”, se escuchó.

Y de repente apareció la pequeña, que no había tenido otra brillante idea que esconderse dentro del armario y hacer caso omiso de las llamadas de su pobre abuela la cual estaba totalmente desencajada.

Por supuesto la pequeña traviesa se llevó un buen par de azotes, aunque a su vez estaban muy aliviados de que la situación quedase tan solo en una gran travesura de la niña.


A las pocas semanas, al llevar a los niños al colegio le ofrecieron a Pilar un trabajo de limpiadora en el colegio, una cosa que le pareció una oportunidad maravillosa para poder volver al mundo laboral y tener un poco más de independencia.

Pilar fue a casa y se lo comentó a Francisco. A él le pareció una buena idea, pero quedaba lo más complicado:, para poder trabajar alguien tendría que cuidar de los niños, ya que Pilar tendría que trabajar también por las tardes, cuando ellos ya habrían salido del colegio.

Tocaba el momento de hablar con los abuelos, a ver qué opinaban ellos y saber si estarían dispuestos a cuidar de los pequeños.
Saturnino no puso ninguna pega, pero el problema fue al decírselo a Ángela; esta se negó rotundamente, alegando que ella no cuidaría de la pequeña granuja que hacía poco la hizo llevarse el mayor susto de su vida.

Una vez más, quedaron truncadas las ilusiones de Pilar; la verdad es que su madre no solía ponérselo muy fácil.
Ángela tenía un carácter muy fuerte y la convivencia era un poco difícil.
Quería mucho a sus nietos, pero era una mujer muy especial; parecía que tenía envidia de la relación tan estupenda que Pilar tenía con su padre.

Cuando llegaban los fines de semana, Francisco solía llevar a los niños a Cueto para que su madre y sus hermanas los viesen.
Salía pronto de casa con los niños, porque Francisco no tenía coche, y se dirigían a la estación a coger un autobús que les llevaba hasta allí.

A los niños les gustaba mucho ir; para ellos era como una excursión.
Cuando llegaban a Cueto y a casa de la abuela Cristeta, les preparaba un buen vaso de leche caliente y allí desayunaban. Solían quedarse hasta casi la hora de comer.

No podían demorarse mucho porque si no perderían el autobús de vuelta a casa, pero no solo ese era el motivo.
Siempre al regresar de Cueto los niños se encontraban con la misma situación, sus otros abuelos parecían enfadados.
Se ponían celosos, querían el cariño de los niños solo para ellos.

Era una situación muy desagradable para Francisco; a él le gustaba que sus hijos viesen a su familia, pero a su vez se sentía mal al ver cómo reaccionaban sus suegros.
Esto hacía que a veces el matrimonio tuviese alguna que otra discusión.
Francisco quería irse de alli y comprar un piso donde vivir con su mujer y sus hijos, pero a Pilar la daba mucha pena dejar a sus padres solos. Se iban haciendo mayores y cada vez necesitaban mas su ayuda.

Francisco hacía caso a Pilar y poco a poco cada vez llevaba menos a sus hijos a Cueto para que sus suegros no se enfadasen.
A veces tenía que llevarlos a escondidas diciendo que iban a otro sitio.

Así iba transcurriendo el día a día de este matrimonio; él se iba a trabajar todas las mañanas muy temprano y ella se quedaba haciendo las tareas del hogar. Los niños se iban al colegio acompañados por el abuelo Saturnino, que también sería el encargado de recogerlos.

Cuando Francisco regresaba de trabajar se ponía a comer y después de una pequeña siesta se iba al bar La Fuente con sus amigos a echar una partida de cartas.
Era un gran jugador, le gustaba mucho jugar a la flor y al mus.Tenía unos cuantos trofeos de torneos que había ganado.
Pilar no tenía ningún hobbie, ella se quedaba en casa esperándole y cuando él regresaba solían salir juntos a hacer alguna compra y dar un paseo con los niños. A veces iban a tomar un café, pero sin tardar mucho, porque por eso también se enfadaba Ángela.
No sabían por qué, pero todo la molestaba. Ella no quería salir de casa, pero si ellos salían, la molestaba.

Los niños crecían rápido; Paquito no era muy buen estudiante, le gustaba más jugar al balón e ir a pescar o a cazar con su padre;
Marian lo llevaba un poco mejor, pero tampoco le gustaba mucho; en cambio, a Cristina siempre se le dieron bien los estudios y eso que faltaba a clase más de lo que ella quisiera.
La niña siguió con esos episodios de convulsiones que empezaron siendo ella tan solo un bebé de meses.

Aunque ya era una niña más mayor, Cristina tenía que seguir durmiendo en la misma habitación que sus padres. No podían perderla de vista ni un momento, tenían que estar muy atentos por si le pasaba estando dormida.

En una ocasión, estando en el patio de casa jugando con los demás niños, algo le pasó a Cristina. Todos los niños corrieron a sus casas llorando y diciendo que Cristina estaba muerta. Otro episodio de convulsiones más, que dejaba a la niña sin conocimiento.
Rápidamente algún vecino les llevaba en su coche al hospital, donde enseguida la niña se recuperaba.
Todos los vecinos estaban ya pendientes de ella; ya había viajado en casi todos los coches de los vecinos.


Pilar y Francisco estaban desesperados no sabían por qué le pasaba eso; ella era una niña normal y siempre les decían lo mismo: convulsiones febriles.
Un día una vecina del bloque trasero se acercó a Pilar y le recomendó un buen médico neurólogo, el cual trataba a unos sobrinos de esta vecina.
La vecina le dijo a Pilar que ella creía que lo que le pasaba a la niña no eran convulsiones febriles.

El matrimonio no lo dudó y llevaron a la niña que ya tenía 9 años a la consulta privada de este médico. Le hizo unas pruebas y casi de inmediato les dijo el diagnóstico. La niña tenía epilepsia; fue un disgusto, pero a su vez estaban aliviados porque ya sabían a lo que se enfrentaban.

Por delante les quedarían días de pruebas y análisis hasta dar con el tratamiento adecuado.Tuvieron más de una decena de ataques epilépticos más, pero por fin y gracias al tratamiento la niña pudo llevar una vida normal.
Siguiendo unas cuantas advertencias por su seguridad: no podía beber alcohol, tenía que dormir unas horas estipuladas, no podía bañarse sola en la playa ni en la piscina y no podría conducir ni ir en moto.

Pilar y Francisco veían cómo sus hijos se hacían mayores y ser convertían en adolescentes. Paquito viajó a Canadá en varias ocasiones, una de ellas con sus abuelos y otras ya solo. Marian no quiso ir nunca y a Cristina no le dejaban viajar por su enfermedad.

Siempre por verano y navidad, su tío Nino, que vivía en Canadá, venía a Santander de vacaciones. Cuando él llegaba era como una fiesta, nadie iba ese día al colegio. Todos iban al aeropuerto a recibirle, los niños se ponían nerviosos y alterados por esta visita, para ellos era algo importantísimo; además, sabían que siempre en las maletas de su tio algún regalito llegaba.

Un verano vino el otro hermano de Pilar, Chuchi. Este tenía una hija que se llamaba Kathy. Todos se quedaban en la casa de los abuelos; era un milagro albergar a tanta gente en un piso de tres habitaciones, pero los niños estaban encantados de estar con sus tios y su prima.

La que no estaba tan encantada era Pilar; ella tenía que encargarse de todo.
Tenía que hacer la comida para todos y atender la casa, pero la pobre lo hacía sin ninguna queja.

Si coincidia que iban a la playa, ella preparaba una buena comilona para todos. No podía faltar la sopa de fideos para los abuelos, ellos siempre comían sopa. Una buena ensalada, unas tortillas de patata, unos filetes empanados, una gran ensaladilla, el pan muy importante y, cómo no, el melón.

Todo lo preparaba ella sin ninguna ayuda. Francisco era el encargado de ir pronto para coger un buen sitio donde luego poder comer.

Como él era aficionado a la pesca iba muy temprano y así reservaba un buen sitio. Para cuando el resto de la familia llegaba, él ya lo tenía todo preparado y le había sobrado tiempo para poder pescar.

Esto lo hacían en la época veraniega; el resto del año Francisco tenía una cita todos los fines de semana con su Racing. Era socio del Racing de Santander y no faltaba a ningún partido, era una de sus pasiones.
En alguna ocasión, su suegro Saturnino le acompañó a los Campos de Sport; a él también le gustaba mucho el fútbol.

Paquito se hacía mayor y llegó el momento de tener que irse al servicio militar. Qué día más doloroso para Pilar, ver cómo su hijo marchaba en aquel tren con aquella cara de miedo y ella sin poder impedirlo. Le tocó hacer la mili en Burgos, menos mal que no estaba muy lejos. Al mes fueron todos a verle jurar bandera y vino de permiso para casa con ellos.
¡Qué hambre tenía! Comió como nunca le habían visto hacerlo.

Como era un chico de buen comportamiento, disfrutó de muchos permisos y la mili pasó rápido. Por fin se acabó y ya estaba de nuevo en casa junto a toda la familia.

Al poco tiempo de regresar de la mili, el abuelo Saturnino empezó a encontrarse mal, antes no había querido decir nada. No quería preocupar a su hija, bastante tenía ella con tener a su hijo fuera de casa.

Pilar acompañó a su padre al médico, las cosas no pintaban bien; lo que pensaban que era una hernia, era algo más serio: un tumor.
Se llevaron un gran disgusto. Aun así, no dijeron nada en casa, no querían alarmar al resto de la familia. Todavía tenían que seguir haciéndole más pruebas. No quedaría ahí la cosa, también le habían visto una mancha en el pulmón. Querían operarle, pero Saturnino se negó rotundamente.
Pilar no sabía si era por miedo o por qué era, pero tenía que respetar la decisión de su padre. No le quedaba más que apoyarle en todo.

Pilar se temía lo peor; hacía un par de años había sufrido la pérdida de su prima Carmen, también por esta cruel enfermedad.
Pilar sufrió mucho con Carmen, ya que estuvo en todo momento junto a ella, porque era como la hermana que nunca tuvo.

Todos intentaban mantener a los niños al margen de esta situación; hacían todo lo posible para que ellos no lo supiesen y no lo pasasen mal. Pero los niños, que ya no eran unos niños, se daban cuenta perfectamente de la situación.

Todos los años por el dia del Carmen, el tio Nino junto a sus sobrinos iban caminando descalzos desde el Barrio Pesquero hasta la ermita del Carmen en Revilla de Camargo. Eran muy devotos de la virgen del Carmen, patrona de los pescadores y marineros.

La pedían año tras años que curase a Saturnino y cada año volvían a realizar el mismo camino descalzos en señal de promesa. Lo hicieron durante siete años, hasta que Saturnino empeoró y no pudieron ir más.
Pilar no se separaba del cabecero de la cama de su padre, no quería que se sintiese solo en ningún momento.Su mujer Ángela no se comportaba con él como debería hacer una mujer amorosa, ya que le guardaba demasiado rencor por la vida que la había hecho pasar de joven.

Él sabía que todo acababa, que llegaba el final y, un día, estando él acostado en la cama le dijo a Pilar que buscase una casa donde vivir, que al faltar él todo se iba a complicar porque la relación con Ángela no era muy buena.

Saturnino ingresó en el hospital y ya no regresó nunca más a su casa. Fue una noche trágica; todos estaban alerta, nadie podía dormir y a las cinco de la madrugada el timbre rompió el silencio de la noche.
Eran Francisco y Pilar, que regresaban a casa. Venían del hospital y les tocaba explicar a sus hijos el triste desenlace. No hizo falta explicar mucho: cuando entraron a casa,sus hijos, que estaban esperándoles despiertos, se fueron cada uno a su cama sin decir nada. Su rostro reflejaba el dolor por la pérdida de su abuelo. Los tres le adoraban.

Comentarios

  1. Igual que el anterior, me ha encantado. los puntos y aparte estan muy bien distribuidos y creo que hacen la lectura más ligera.

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