Epílogo
Epílogo
Cinco
años después, se cumplirían los peores presagios. Saturnino ya la
había avisado antes de morir.
Pilar se
encontraba en la situación más incómoda a la que un matrimonio se
podía enfrentar.
Su madre
y su hermano les invitaron a marcharse de casa.
El
matrimonio y sus tres hijos, de un día para otro, se encontraban
obligados a abandonar el que había sido su hogar; su estabilidad
económica y emocional se tambaleaba.
Intentó
hablar con su madre y explicarle que era muy mayor para quedarse
sola, pero a ella le dio igual; estaba cegada por los celos que
siempre había sentido hacia su hija.
Siempre
tuvo celos de la magnífica relación que existió entre Pilar y su
padre, también le molestaba el cariño que esos tres niños tenían
por su abuelo.
Pilar
intentó convencerla, no por ella, que por una parte sabía que era
lo mejor que podía hacer, pero ella pensaba en su madre, una mujer
con una edad ya avanzada para quedarse sola. Pero la respuesta de
Àngela fue rotunda: “ Otras están solas y no les pasa nada “.
El
hermano de Pilar vivía en Canadá y este se dejaba llevar por lo que
su madre le decía, así que también le dijo que tenía que
marcharse.
La
pareja empezó a buscar un piso que les gustase y que económicamente
pudiesen permitirse pagar.
Después
de visitar unos cuantos, por fin se decidieron por uno situado en el
Grupo San Luis, donde estarían de alquiler.
Organizaron
la mudanza, para la que contaron con la ayuda de los sobrinos de
Francisco, los cuales les prestaron una furgoneta para poder
transportar sus cosas. No eran muchas, ya que Ángela no le permitió
llevarse muchas de las cosas que Pilar tenía, alegando que eran de
ella.
Una vez
más, Pilar permitiría que su madre se saliese con la suya; todo por
no tener problemas con ella.
Tuvo que
dejar allí muchos recuerdos y regalos que le hicieron por el día de
su boda.
Comenzaba
una etapa nueva para el matrimonio y sus hijos.
Sus
hijos ya eran mayores Paquito y Marian ya tenían cada uno su trabajo
y ayudaban en los gastos de la casa y la comida. Cristina todavía no
tenía edad para trabajar y seguía estudiando.
Eran
momentos difíciles, pero a su vez por fin tenían una vida normal,
podían hacer cosas normales de un matrimonio. Tomaban sus propias
decisiones, sin temer que nadie se enfadase.
Aunque
Pilar nunca dejó de preocuparse por la situación de su madre, a su
manera siempre encontraba la forma de saber cómo se encontraba.
Siempre algún vecino la mantenía informada.
Fue duro
enterarse de que su madre se dedicó a decir que su hija la había
dejado abandonada, cuando Pilar intentó por todos los medios que
entendiera que no tenía edad para quedarse sola.
Toda
esta preocupación hacía mella en Pilar, de tal forma la afectaba,
que hasta su salud se vio resquebrajada.
Los
hijos estaban preocupados porque no veían del todo bien a su madre.
Le había pasado mucho de repente: la muerte de su padre, el
desahucio de su casa por el desprecio de su madre y todo esto con una
edad en la que Pilar estaba ya con sus achaques debido a la
menopausia.
Viendo
el estado anímico en el que su madre se encontraba y aprovechando un
poco la ocasión, el hijo mayor de Pilar apareció un día con una
sorpresa para su madre. Algo que ella no se podía esperar.
Una
tarde le trajo una foto de un cachorro de perro, un cachorro de husky
siberiano.
La
pregunto: “Mamá¿ te gusta?” A lo que ella contestó
rápidamente que sí, que era muy bonito.
Pero
también le explicó que vivían en un piso de alquiler y que no les
permitirían tener un perro en casa.
Pero ya
era tarde porque el cachorro estaba esperando en el portal metido en
una caja en brazos de la novia de Paquito. Cuando pusieron ese
pequeño en el regazo de Pilar ya nunca más se separó de él. Este
animal sería el mejor tratamiento anti penas que ella pudiera tener.
Todos
los días le sacaban a pasear. Era un cachorro muy gracioso; no
quería caminar, saltaba al ver la alfombra del salón como si
hubiese algo que se moviese en ella.
Rápidamente
conquistó el corazón de toda la familia. A todos los sitios a los
que iban le llevaban con ellos.
Un día
les ocurrió algo impactante; fueron al cementerio y era la primera
vez que iban allí con el perro.
Zar,que
así se llamaba el nuevo miembro de la familia, se adentró en el
cementerio y no paró hasta la lápida de Saturnino, donde al llegar
se sentó delante de ella y se quedó mirando la foto que había
puesta.
No
cabían en su asombro, sabían que era un animal especial pero este
día lo confirmaron aún más. Desde ese día siempre que iban a
Ciriego hacía la misma operación: al entrar por la puerta lo
soltaban y no paraba hasta llegar hasta la lápida del abuelo.
Un día
llamaron a Pilar desde el hospital de Valdecilla para decirle que su
tía Aurora se había cíido y se había roto la cadera. No lo dudó
ni un momento y se fue a cuidarla.
Cuando
Aurora recibió el alta después de haberla operado se la llevaron a
casa con ellos para poder cuidarla y ayudarla en su recuperación.
Durante
unos meses vivió con ellos, hasta que volvió a caminar con
normalidad.
Zar
también consiguió que Aurora se encariñase con él, porque no se
separaba del lado de su cama durante todo el tiempo que esta
permaneció con ellos.
Al poco
tiempo de marchar Aurora, Pilar empeoró de su enfermedad. A causa de
la menopausia sufría mucho de los huesos y poco a poco veía cómo
iba empeorando.
El
médico reumatólogo de Pilar le propuso someterse a un tratamiento
que había salido nuevo; era experimental, pero creían que le
vendría bien para poder calmar sus dolores.
Ella
accedió y comenzó a tratarse con unas inyecciones que se tenía que
poner todos los días. Si ella hubiese sabido todo lo que este
tratamiento le iba a ocasionar, no lo habría aceptado nunca. Las
inyecciones tenían unos efectos secundarios muy fuertes; fueron días
de fiebres muy altas y malestares varios.
Después
de una temporada tratándose, tuvo que dejarlo ya que no notaba
mejoría alguna y sólo sufría todos los efectos secundarios.
Al cabo
de un año de estar viviendo allí, los dueños del piso les
propusieron la posibilidad de comprar el piso, pero les pedían una
cantidad desorbitada.
Otra vez
se encontraban en la situación de buscar un piso donde vivir, pero
esta vez lo tenían claro: no querían ir de alquiler, querían
comprarlo y tener algo propio.
Y así
fue; encontraron uno que les gustaba bastante a todos en la calle
Marqués de la Hermida y, además, con ascensor.
El
inconveniente era que se veían obligados a hipotecarse y ya tenían
una edad, por lo que les costó encontrar un banco que les diese el
prestamo, aun llevando Francisco trabajando más de 30 años en el
Ayuntamiento de Santander.
No lo
dudaron y se decidieron a comprarlo con la ayuda de sus hijos
mayores. Su hija pequeña Cristina también se vio obligada a dejar
de estudiar para ponerse a trabajar y ayudar, al igual que sus
hermanos. No quería ser la causa de más gastos a sus padres.
Las
casualidades de la vida, se habían ido a vivir cerca del Barrio
Pesquero, frente a la lonja, rodeados de barcos pesqueros y gente
marinera.Cerca de la iglesia del Carmen, patrona de los pescadores.
Era como una señal, parecía que su padre la había guiado hasta
aquí. ¡Qué feliz hubiese sido mi padre viviendo aquí!, pensaba
Pilar.
En poco
tiempo se hicieron a la nueva zona. Estaban muy ilusionados, sentían
que esa sí era su casa.Cuánto se arrepentían de no haberlo hecho
muchos años antes.
Fueron
unos años duros económicamente; la hipoteca supuso un gran golpe a
la economía familiar.
Un día
llamaron a Pilar; su madre se encontraba mal, estaba en el hospital.
Ángela, al encontrarse mal, había dicho que llamasen a su hija.
Pilar corrió a su lado a cuidarla y desde ese día, cuando le dieron
el alta, Pilar se involucró otra vez en su cuidado. Ángela quiso
irse a su casa, pero su hija iba todos los días a llevarle la comida
y a atenderla.
Los
fines de semana la traían a su casa y pasaba el día con el
matrimonio y sus nietos.
Ángela
iba perdiendo la cabeza a pasos agigantados, al igual que avanzaba la
enfermedad de Pilar.
Toda la
medicación que tomaba para su artritis estaba afectando a sus
bronquios y pronto empezó a notar las consecuencias de esta
enfermedad.
Empezó
a notar que ya no podía seguir con su rutina diaria. Cada vez le
costaba más hacer cualquier esfuerzo, se cansaba mucho y se ahogaba.
Su madre
empeoró tanto que llegó un momento en el que Pilar, muy a su pesar,
ya no podía cuidar de ella. Necesitaba ya una atención más
específica y Ángela fue ingresada en el hospital Santa Clotilde
para poder estar más controlada. Pero su hija y su yerno iban todos
los días a verla; a pesar de todo, no la abandonaron nunca.
Y así
prosiguió la vida de este matrimonio. Entre las tareas diarias de su
hogar, las compras, los paseos con su adorado Zar y el cuidado de sus
hijos y de Ángela.
Sus
hijos se hacían mayores. Paquito se casó con Nuria y al año
siguiente lo haría Marian, aunque unos meses antes tuvieron un gran
susto: a Francisco le daría un ictus que hizo peligrar su asistencia
como padrino a la boda de su hija. Pero después de un mes de ingreso
hospitalario pudo asistir al evento. Un año más tarde, se casaría
también Cristina. En poco tiempo vieron cómo su hogar se iba
quedando vacio.
Sus
polluelos se marchaban del nido y ellos se quedaban solos en casa.
Francisco
ya estaba jubilado a causa de su enfermedad, la cual no le impedía
disfrutar de una de sus pasiones: la pesca. Así ocupaba su tiempo,
que ahora era bastante.
La
enfermedad de Pilar también avanzaba rápidamente; llegó un día en
el cual ya no podía dar un paso sin necesidad de sentarse para
recobrar aliento. No le llegaba suficiente oxigeno y se ahogaba.
El
médico fue muy claro con Pilar y sus hijos: necesitaba someterse a
un transplante de pulmón.
Estaba
en la edad límite para realizar la operación, pero, o lo hacían
ya, o se moriría en seis meses. Fue metida en el programa de
transplantes en prioridad 0, el primer órgano compatible sería para
ella. Fueron tiempos de muchos ingresos en el hospital debidos a su
enfermedad.
Llegó
el día, esa llamada. Acababa de salir del hospital y la volvían a
llamar: su órgano estaba de camino y había que prepararlo todo, no
se podía perder ni un minuto.
Y así,
el día 27 de marzo del año 2006, le realizaron el transplante
unipulmonar a Pilar.
Por
delante quedarían días de incertidumbre, nervios, altibajos y
muchas noches sin dormir.
Pero
gracias a la donación de una persona ella tuvo una segunda
oportunidad para poder seguir viviendo y luchando por su familia.
Toda una
vida de lucha, esfuerzo y superación, todo por y para su familia.
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